Para qué manchar el espacio blanco, buscar una y otra vez entre polvo acumulado y olor a herrumbre. Qué sentido tiene devanarse la cabeza mientras se penetra la niebla espesa en la que todo el mundo es nadie. No importará entonces cerrar los ojos un tiempo y esperar la redención, la razón o el motivo, tal vez en una canción determinada, en uno de los rostros que te nacieron del alma, en un fragmento de silencio amigo con un viejo compañero de montañas rusas, o en aquel beso inesperado al que se rindió para siempre la existencia. Porque al fin y al cabo la única posesión es un trayecto. Un recorrido sencillo que se diluirá en la solución invisible de una o dos generaciones.
Entonces cerraré los ojos,
sellaré la boca, callaré manos y oídos, y al entrar en la niebla pensaré
furtivamente que estoy cansado, aun sabiendo que ni siquiera me asiste el
derecho a estarlo.
(Cuando empezaba el mes de octubre de 2014 escribí y publiqué el texto anterior como cierre del Sexto movimiento, aunque inmediatamente después me di cuenta que todavía no era el momento y seguí publicando hasta hoy. Creo que es ahora cuando debo hacer esa pausa y atravesar para un tiempo el umbral de la niebla. Gracias a quienes estáis o habéis estado. De verdad, gracias.)
Solamente lo fugitivo permanece y dura
Francisco de Quevedo